Xenius, Platón y Manolito
Por Mario Bunge
para LA NACION (09/07/2008)
Por Mario Bunge
para LA NACION (09/07/2008)
En sus deliciosos recuerdos de infancia, Defina Gálvez cuenta que Manolito, su precoz hermano, declaró una vez, desde lo alto de la escalerilla de la biblioteca de su padre: "Xenius es más inteligente que Platón, porque a Platón lo entiendo, mientras que a Xenius no".
Manolito tenía entonces nueve años, y Xenius era el seudónimo del filósofo Eugenio d Ors, quien gozaba de cierta fama en aquella época. Hoy sólo se lo recuerda, si acaso, por haber sido el único intelectual catalán que tomó partido en favor del franquismo, notorio enemigo de la inteligencia. (Lo primero que hacían las tropas facciosas al tomar un pueblo era fusilar al maestro.)
La reacción de Manolito era natural en un chico inteligente, modesto y sin malicia ante algo que no entendía. El chico no podía sospechar que había profesionales de la ignorancia, los que pretenden hacer pasar ignorancia, estupidez, payasada o locura por sabiduría.
Estos son los oscurantistas de todos los tiempos, desde el padre de la Iglesia a quien se atribuyó la fórmula credo quia absurdum (lo creo porque es absurdo) hasta el profesor de filosofía que admira y repite los enigmas de Hegel, Husserl o Heidegger aunque (o porque) no los entiende. Pero mientras el farsante universitario vive de repetir fórmulas que no entiende, Manolito creció y olvidó a Xenius, aunque conservó y cultivó su curiosidad, la que lo llevó a estudiar medicina. Y al practicar esta artesanía científica aprendió que no entender puede conducir a errar, y quien yerra entierra.
¿A qué se debe la creencia tan difundida de que la oscuridad indica inteligencia, originalidad o profundidad? A varios motivos. Uno es que toda religión tiene misterios insondables. Por esto, donde predomina la cultura religiosa, hay tendencia a equiparar lo ininteligible con lo inaccesible al no iniciado o al no tocado por la gracia.
Otro motivo de la confusión entre profundidad y oscuridad es la enseñanza dogmática que se imparte en la escuela autoritaria, la que identifica aprender con memorizar. De modo que, cuando el estudiante obediente se topa con un enunciado que no entiende, lo memoriza en lugar de analizarlo o preguntar.
Es así como muchos existencialisas han repetido mecánicamente la célebre oración de Heidegger "La palabra es la morada del ser". Cualquier persona con espíritu crítico habría objetado, por ejemplo, que la palabra "agua" no es aguada, o que el universo no cabe en la palabra "universo".
Sin embargo, el heideggeriano Jacques Derrida se hizo célebre al afirmar: "Rien hors le texte" , o sea, nada hay fuera del texto. Y mi colega Charles Taylor se hizo igualmente famoso al sostener, sin prueba ni ejemplo, que los hechos sociales "son textos o parecidos a textos".
En las ciencias y técnicas hay problemas difíciles e incluso algunos sin solución, pero casi todos los avances consisten en resolver problemas. Los premios Nobel y las medallas Field se otorgan por haber resuelto problemas importantes, no por haber escrito textos esotéricos.
Cuando en las ciencias o técnicas se afirma que cierto problema es insoluble, se exige una demostración rigurosa de tal insolubilidad. Y cuando un científico o técnico somete un texto a publicación, lo menos que exigen sus jueces es que sea inteligible. ¿Por qué? Porque los seres racionales ansían comprender y porque solamente los enunciados claros son susceptibles de ser puestos a prueba para averiguar si son verdaderos o falsos.
En las humanidades ocurre o debería ocurrir otro tanto, pero no siempre es así. Nietzsche le reprochó su claridad a John Stuart Mill. En cambio, Henri Bergson, pese a ser intuicionista, escribió claramente y declaró que "la claridad es la cortesía del filósofo". La oscuridad es grosera, porque supone que el interlocutor es incapaz de entender y dialogar.
A su vez, la claridad se va haciendo a medida que se va discutiendo y ensayando. Pero, ¿cómo discutir la afirmación de Heidegger, en su célebre Carta sobre el humanismo , de que "ser es Ello mismo"? Es como pretender buscarle sentido a "Pi es igual a pa por pe".
Es obvio que la claridad, aunque necesaria, no basta. Un texto claro, pero trivial, como lo es más de un aforismo de Wittgenstein, nada aporta al saber. Pero al menos, dicho sea en su descargo, Wittgenstein no propuso una filosofía, sino un método, el análisis gramatical, para eliminar (no resolver) cuestiones filosóficas. Wittgenstein podrá aburrir, pero no mistificó.
En conclusión: si tienes algo que decir, dilo lo más claramente que puedas. Si no lo tienes, pero te pagan por hablar, dilo en difícil, porque siempre habrá ingenuos que te tomarán por profundo.
No te engañes, Manolito: la confusión no es signo de inteligencia, sino de ignorancia, emoción incontrolada, borrachera, locura, o deshonestidad. Tú eres inteligente, y también lo es, a su manera, tu tocayo, el "atorrante" del otro lado de la verja de tu jardín, que se las arregla para hacer sus tareas escolares después de cumplir los mandados del almacenero. El otro Manolito tiene inteligencia social, indispensable para convivir.
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